21 Dic Émora | ¿POR QUÉ TRASTORNO MENTAL? – Parte II | José Araya, Psicólogo en Émora Torrejón de Ardoz
¿Por qué trastorno mental? Parte II – Psicólogo José Manuel Araya
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Te recomendamos que, antes de leer este post (parte 2), puedas leer la primera parte del artículo escrito por el Psicólogo José Manuel Araya, colaborador en Émora Torrejón de Ardoz. Para acceder a la parte 1, haz click aquí.
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¿Por qué la conducta es mucho más compleja que el constructo de trastorno mental?
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El propio lenguaje es producto de las prácticas humanas y sólo puede ser usado correctamente según los criterios de la comunidad verbal a la que pertenezcamos. El individuo únicamente tiene sentido en el contexto lógico del conjunto, en la práctica social y en el lenguaje como hechos co-constructivos (en tanto la mayor parte de las prácticas sociales son lenguaje, marcadas por las reglas de uso de la propia costumbre), las cuales se superponen a las condiciones físico-químicas y ecológicas. La vida humana no es interior, es relacional. Lo de dentro no causa lo de fuera.
Al entrar la conducta en la categoría de patología, por analogía, adquiere las propiedades de las enfermedades físicas, convirtiendo al comportamiento en un signo o síntoma manifiesto de una causa «interna-orgánica» a descubrir (en la mente-cerebro). Se sustituye un evento (la persona en interacción con circunstancias concretas) por un constructo, el del trastorno. Se hipostasia una verbalización vacía de contenido (si acaso la descripción de un conjunto de comportamientos), y se convierte en un ente del que emana diversas conductas. La persona «tendría» un trastorno, en algún lugar de su mente (un desajuste neurobiológico o disfunción en la conectómica cerebral), que causaría todos esos comportamientos «alterados». Cómo se entiende la realidad material (el cuerpo) como sometida a las leyes de la mecánica, todo comportamiento surge de la contigüidad espacial de causas y efectos, por lo que la conducta a explicar es el resultado del contacto directo sucesivo de conexiones eléctricas neuronales (llevando el problema finalmente a cuestiones neuroquímicas). La conducta como fenómeno complejo, no puede entenderse desde planteamientos mecanicistas, requiere de una lógica de campo. La adopción del mecanicismo (causas y efectos consecutivos) ha obligado a la Psicología a utilizar constructos intervinientes, del tipo de representaciones para explicar el comportamiento produciéndose. Los factores históricos son descartados (al ser distales), y se resumen en mecanismos y variables «internas». Así, el cerebro-mente sería el encargado de representar la realidad, lo que está ahí fuera, respondiendo el ser humano a modelos, del mundo, no al mundo en sí. La depresión es causa de pensamientos pesimistas sobre el futuro, por ejemplo, o de la tristeza.
Conferir la causa de los problemas socio-sanitarios en el desajuste de la mente-cerebro es otro de los factores que contribuyen a la separación del individuo de su entorno, cuando dichos desequilibrios son precisamente lo que hay que explicar, no la explicación, encontrándose dichas variables en el contexto actual y la historia de aprendizaje de la persona. Esto nos llevan inevitablemente a caer en numerosas tautologías y ficciones explicativas, algo así, «tiene poca energía, motivación, pérdida de apetito porque tiene depresión, y sé que tiene depresión porque tiene todos estos síntomas». Una descripción pobre, se termina convirtiendo en una explicación. Es más fácil desde el punto de vista del profesional, iatrogénico de cara al consultante. No debemos confundir parsimonia con incongruencia.
Por último, la taxonomía empleada está basada en criterios exclusivamente morfológicos, alejándose nuevamente de la realidad de la conducta humana y del papel preponderante de las transacciones funcionales en su génesis y evolución, y terminando por ofrecer al profesional poca información relevante. Además, cuando se habla de trastornos de ansiedad, o trastornos depresivos sólo se hace referencia a un lado pequeño de la interacción: 1) se vuelve determinante solo unas (las afectivas) de las muchas respuestas implicadas en la conducta 2) se concibe como problemáticas las respuestas afectivas, cuando estas en la mayoría de los casos son consecuencias de la interdependencia funcional de la conducta de la persona con el entorno 3) se pierde de vista las verdaderas causas del comportamiento 4) se dirige a la persona hacia una lucha contra sus respuestas afectivas y emociones, lo que a su vez recrudece el problema, no sólo a través de conductas de evitación o de escape repetidos, sino también arrebatándole tiempo y oportunidades de dirigir su vida -en la medida en que las contingencias lo permitan- a aquello que considera valioso del mundo.
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Cómo influye en los usuarios el modelo patológico y la concepción de trastorno mental
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Primeramente, al concebir como trastornadas o enfermas ciertas conductas , llevan al usuario a perder de vista que todo comportamiento, por desagradable que parezca en la actualidad, fue adaptativo en algún punto de su historia de vida. Usar las denominaciones trastornos de ansiedad o de depresión, probabilizan que el consultante destine importantes esfuerzos en dejar de sentirse de esa manera, lo que a su vez paradójicamente provoca un aumento en la frecuencia e intensidad de esas respuestas, pues como se ha dicho anteriormente , los comportamientos afectivos son más consecuencia, que causa de la problemática. Generalmente estos intentos son llevados a cabo por medio del lenguaje con uno mismo, haciéndose este preponderante, lo que a su vez puede alejar a la persona de aquello valioso de hay en su vida, que generalmente se encuentra fuera su «cabeza».
La existencia de dos mundos según la teoría tradicional, uno externo, perfectamente explicable racionalmente, y uno interno, misterioso y abstruso, lleva al usuario a concebir su problema como algo imposible de controlar y entender, lo que a su vez aumenta la duración los procesos de hiperreflexividad, y la incertidumbre.
También, la conceptualización de los problemas psicosociales como patologías, coloca a la persona en un estado de indefensión importante, pues, como enfermedades que son, pueden aparecer de repente, y no dejar de hacerlo, por más que se modifique o se abandone el contexto del individuo. Junto a esto, se probabiliza el desarrollo de un yo-verbal (autoconcepto) en el que se otorgue un peso abismal a esta logomaquia («soy mi trastorno de ansiedad») ¿Por qué? Cuando una persona acude a un profesional, lo hace porque su bienestar se ha deteriorado significativamente generalmente durante un periodo de tiempo medianamente extenso. Si «se le suelta» una de estas etiquetas diagnósticas, esta se rellena de todo el dolor por el que está pasando la persona desvirtuando los verdaderos condicionantes y contingencias que la están acompañando, que no están dentro de él, sino en la interacción; sin embargo, al concebirse como un proceso/afección mental («yo soy dueño de mi mente»), el individuo incorpora el trastorno como una parte de sí mismo.
Encerrar procesos complejos de aprendizaje, en una etiqueta diagnóstica, invalida la historia de vida de una persona. Por ejemplo, si observamos comportamientos verbales, poco congruentes con la cotidianidad o las contingencias detectables («siento que las personas me siguen»), podríamos fácilmente categorizarlos, según el modelo patológico, como signos de un trastorno delirante. Sin embargo, nuestra labor como profesionales, es indagar por qué/para qué el consultante emite dichas construcciones verbales. Podríamos quizás estar hablando de una persona sometida a lo largo de su vida a constantes humillaciones y amenazas, lo que ha convertido la presencia de otros como señal de posibles peligros, y la necesidad de una constante hipervigilancia del comportamiento ajeno. Esto es sólo un ejemplo ficticio, más puede hacernos entender lo profundamente hiriente y estigmatizante que puede ser la colocación de una etiqueta que, únicamente enmascara el acontecer biográfico de su persona. Pareciera como si únicamente el dolor es tomado en cuenta cuando es entendido desde una visión patológica (Deacon, 2013).
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Referencias
Campuzano, M. J. (2002). Análisis Contingencial: Un sistema psicológico interconductual para el campo aplicado. Universidad Nacional Autónoma de México.
Deacon, B. (2013). The biomedical model of mental disorder: A critical analysis of its validity, utility, and effects on psychotherapy research. Clinical Psychology Review, 33, 846-861
Mendéz, E., y Cabanillas, C. (2016). Los problemas psicológicos no son enfermedades. Pirámide.
Noe, A. (2013). Fuera de la cabeza: Por qué no somos el cerebro y otros lecciones de la biología de la consciencia. Kaidòs Editorial.
Ribes-Iñesta, E. (1982). El conductismo: Reflexiones Críticas. Fontanella.
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En el siguiente Podcast, los Psicólogos Carlos Bernabé y Elena Ballesteros conversan sobre los referentes musicales en adolescentes y la importancia de la alianza terapéutica. Haz click en el botón PLAY que aparece a continuación para escucharlo:
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– Escrito por José Manuel Araya, Psicólogo colaborador en Émora Torrejón de Ardoz.
– Editado por Alicia Jiménez, Psicóloga del Equipo de Émora.
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Diciembre 2021
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